Peter Pan, #relato

Seguimos con la continuación de los #retratosdelconfinamiento. Esta vez, la continuación de «Castigada sin salir».

Tumbada en la cama y con el móvil en la mano. Veía un vídeo. Y otro más. Y otro. ¿Cuántos llevaba? Hacía tiempo que había perdido la cuenta. Toda la tarde. Y antes fue toda la mañana. Con un breve intervalo. La pausa para comer. Y ese calor horroroso. Ése que se intuía al mirar por la ventana. Porque ella estaba tan a gustito. Justo debajo del aire acondicionado. Ya se imaginaba el comentario de su madre cuando llegase del trabajo.

  • ¿Qué has hecho hoy? –

Y ella gruñiría, molesta. Lo que su madre interpretaría acertadamente.

  • O sea que no has hecho nada. Todo el día aquí. Tumbada. Viendo el móvil. Es que ni siquiera has bajado a la piscina. –

Y era cierto. La piscina. Recordaba cómo le gustaba de pequeña. El agua, los juegos, sus amigas, los bailes… El tiempo pasaba entonces de otro modo, más rápido, o más lento… O vete a saber cómo. Distinto. Divertido. Sin esa angustia con la que se levantaba un día sí y otro también. Sin ese hueco que se le formaba en el estómago y le impedía hacer nada. Mejor dicho, le impedía querer hacer nada.

No sabía qué le pasaba. Su madre tampoco.

  • Es que no te entiendo, de verdad. Tantas ganas que tenías de que llegase el verano, tantos planes, y ahora estás ahí tirada todo el día. Es que no has quitado ni el lavavajillas. Ya te vale._

Qué ganas de que se callase. Pero no se engañaba. En cuanto su madre dejase de sermonearle llegaría su padre. Y sería peor. O no. Igual. Un rollo.

  • Hija, de verdad. Al menos ven con nosotros, damos una vuelta y nos tomamos algo.-
  • No. – Decía ella. Y ya está. Porque no tenía ganas de hablar. Al menos, no con ellos. No la entendían. No se entendía ni ella.

Y eso que tenía que dar las gracias, porque el pesado de su hermano estaba fuera, de viaje, con sus amigos. Con esos amigos tan raros como él, que había conocido a través de los juegos. A ella no le gustaban. No los entendía. “Son un rollo, como mi hermano”.

Pero no estaba allí. Y eso le permitía tener la casa para ella sola durante unas horas cada día. Durante muchas. Hasta la tarde. Se hacía la idea de que era suya, sólo para ella. No ese sitio que compartía con su familia y en el que, cuando estaban, se agobiaba. Cuando estaban allí quería salir. No soportaba que quisiesen hablar con ella, que no la dejasen en paz. Pero sus amigos estaban todos de vacaciones. Subiendo stories en Insta. Y ella allí. Que al final no se había animado, y no se había ido con Marta, ni con los de la Uni. No se había ido con nadie.

Recordaba el tiempo de la pandemia y cómo creyó que se moriría por no poder salir, por no ver a sus amigos. Y ahora… Ahora que podía hacerlo no le apetecía. ¿Qué le pasaba?

  • Miedo a crecer.- Le habría dicho el sabelotodo de su hermano. ¿Qué sabría él?, que estaba todo el día con sus competiciones y sus pantallas.

Aunque, a veces, ella también lo pensaba. ¡Con lo bien que estaba cuando era pequeña! Cuando se pasaba la mañana elaborando pulseras y collares con sus amigas, o preparando un baile, o jugando a Marco Polo.

Se suponía que ése debía ser uno de los mejores veranos de su vida. El del final de la carrera. El del inicio de su etapa adulta. Y ella tirada en la cama, con el pijama hasta las seis de la tarde. Que se lo quitaba para ducharse y ponerse otro para irse de nuevo a la cama.

  • ¿Te bajas a la pisci?- Su padre en la puerta de la habitación, con el cuello del polo levantado y la toalla en el hombro. (¿Cómo decirle que esa imagen que él creía tan cool era totalmente desfasada?) –
  • No.- Y se volvía a poner los cascos. Le veía refunfuñar, pero subía el volumen para no oírle. Y recordaba las tardes de antes, las de aguadillas y risas, las de las carreras a nado, las que aguardaba con ganas todos los días. Ahora ya no. Ya no le divertía nadar. Ya no le divertía subirse a los hombros de su padre y hundirle la cabeza mientras él fingía que se ahogaba para que ella se riese a carcajadas. Ya no le divertía nada.

El verano de su vida. El inicio de la etapa adulta. ¿Por qué?, ¿por qué tenían que cambiar las cosas?, ¿Por qué tenía que empezar algo nuevo?, ¿y qué empezaba?, ¿qué iba a hacer? No quería pensarlo. Luchaba con su mente cada vez que le traía alguna de las imágenes de lo que se suponía que era su futuro. Ahora, en vez de el hueco tenía una sensación de vértigo. Como si el suelo despareciese bajo sus pies. Sentía que se caía. Se agarró al cabecero de la cama, por si acaso. Cerró los ojos. Los abrió. Y volvió a pasar el dedo por la pantalla, para bajar el scroll, para que apareciese otro vídeo. A ver si con esas imágenes conjuraba su miedo. Un miedo que la atenazaba. Un miedo que hacía que ella, una persona joven y totalmente sana, no pudiese moverse. Un miedo que la ataba todos los días a la cama y le impedía hacer cualquier cosa.

Vídeos de últimas novedades de ropa en las rebajas, de recetas de cocina saludables, de influencers posando al ritmo de la música, de personas resumiendo los programas electorales en un minuto. De pronto se paró. Habían empezado a aparecer algunos vídeos nuevos. Todos, sorprendentemente rosas. Barbie. Era la promoción de la película. Y la vorágine que se había desatado con ella. Vídeos de ropa rosa. Vídeos con trozos de la película. Vídeos con personas hablando sobre ella… Y se acordó de esos años, que eran los mismos en los que ensayaba bailes con sus amigas; los mismos en los que ensartaba cuentas de colores, sentada en el césped de la urbanización. Sonrió. Y decidió levantarse.

  • Mamá – preguntó – ¿queda algo de mis juguetes de pequeña? –
  • ¿Tus juguetes? – Preguntó sorprendida.
  • Sí, de mis muñecas. La casa de Barbie. ¿La tiramos?
  • No.
  • ¡Qué bien!
  • No, digo que no la tiramos, que la dimos. La llevamos al colegio.
  • Vaya.
  • No creo que quede nada la verdad. Pero, ¿por qué lo preguntas?
  • No sé, me he acordado, con esto de la peli de Barbie.-

Y se sentó junto a su madre, apoyando la cabeza en su hombro.

  • ¿Qué pasa peque?
  • No sé.- Le dijo. Y nunca fue más sincera.

Su madre le acarició el pelo (a riesgo de enfadarla) mientras pensaba.

  • Creo que puede haber algo en el trastero. Déjame bajar y vemos.
  • No. Me voy contigo. – Le dijo, levantándose mucho más rápido de lo que hacía presagiar su languidez.

El trastero no se parecía en nada a los desvanes de las películas. Era un cuartito en el que se agolpaban todo tipo de trastos, bien organizados al fondo, más caóticamente colocados según se iban acercando a la entrada.

  • A ver hija, si hay algo, tiene que estar al fondo. Ayúdame a quitar las cajas éstas.-

Y así estuvieron un rato. Revolviendo en las estanterías. Y nada. Ni rastro de los juguetes. Ya iban a irse cuando Ana encontró algo.

  • Mira mamá.- dijo, triunfante.
  • Pero si son fotos.-
  • Sí, fotos del verano.- Y se las mostró.

Y la madre vio a su hija sonriendo sin descanso. Con el pelo mojado, saliendo de la piscina. Con sus amigas ensayando una nueva coreografía, tumbada al sol…

  • Anda, coge la caja y la subimos.-

Y, sentadas las dos en el salón, comentaban y recordaban.

  • Mira mamá, la casa de Barbie.-
  • Vaya, no la tenemos, pero ahí está en la foto.
  • ¡Cómo molaba! ¡Que bien lo pasaba entonces! – Su madre la miró y se atrevió a preguntarle otra vez.
  • ¿Qué te pasa?
  • No lo sé.- Reconoció. Miró a su madre, las lágrimas a punto de aparecer. Ella la abrazó. La vibración del móvil de Ana las separó.
  • Es Clara, la vecina. Vuelven la semana que viene de Londres. Me pregunta si puedo cuidar a los niños estas semanas, que ella tiene que trabajar.
  • Y ¿qué le vas a decir? – Preguntó su madre con cautela.
  • Que sí.- Contestó con alegría.- A mí estos peques me encantan. Y la mayor es una gozada.
  • Bueno, quizá te venga bien, para estar ocupada.-
  • Sí.- Dijo pensativa.- Mamá, no tengo claro qué hacer.-
  • Pero ¿no has dicho que le vas a decir que sí?.-
  • No me refiero a eso. Digo en la vida. No sé qué quiero. Creía que sí; pero… no estoy segura. Y me da miedo.- Y las lágrimas volvieron a asomar.
  • ¿Es eso? – Le preguntó, abrazándola de nuevo.- Es normal. Es lógico tener miedo. Y no saber qué hacer. Y equivocarse. Pero, ¿sabes qué? – Y Ana levantó la cara, mirando a su madre – No tienes por qué saberlo. No es necesario. Y puedes cambiar. La vida es larga, muy larga, y puedes hacer muchas cosas. Y muy distintas. No te agobies. No te obsesiones. Date tiempo. – …. Le dio un beso a su madre y volvió a coger el álbum. Pasó tres páginas y se paró en una foto, en la que aparecía volando, con la boca abierta y los manguitos rosas sobre sus brazos regordetes, lanzada al aire por su padre, para volver a caer a la piscina.
  • Mamá, me bajo a la piscina.- Le dijo, mientras se dirigía a su cuarto a cambiarse.- Y otra cosa.- Se oyó ya desde la habitación.
  • ¿Sí? – preguntó su madre, que había cogido el álbum y sonreía ahora ante la foto de su hija disfrazada de Campanilla.
  • ¿Vienes conmigo a ver la película de Barbie este fin de semana? – Le preguntó a su madre.
  • Vale. Pero te advierto que no tiene nada que ver con las películas de dibujos que veías. Es otra cosa.
  • Ya lo sé.- Dijo, ya con el vestido sobre el bikini.- No es para niños.- Y la miró por encima de sus gafas de sol con montura fucsia.-  Es para adultos. Como yo.-.

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