
«Cuando encontró ese trabajo, acababa de terminar sus estudios. Era joven y estaba muy bien preparado. Podía conseguir cualquier cosa.
Al poco tiempo, se presentó a un proceso de selección para un ascenso. No fue elegido. “Demasiado joven”, le dijeron, “no tienes la experiencia que requiere este puesto”.
Y, decidido a adquirirla lo antes posible, se empeñó en aprender, seguro en sus capacidades.
Poco tiempo después hubo una nueva oportunidad. Y se presentó. No fue elegido. “Demasiado cercano”, le dijeron, “tu aspecto, la forma de comportante, no son los que se esperan en un puesto como este. Tienes que aportar más seriedad”
Y cambió sus hábitos, incluso su ropa, aparentando una distancia que no encajaba con su carácter.
Años más tarde, volvió a optar a otra vacante. No fue elegido. “Demasiado inteligente”, le dijo, esta vez, una compañera que le quería bien. Ahí se sorprendió y no pudo evitar preguntar “pero, ¿cómo se puede ser demasiado inteligente para algo?” “Muy sencillo”, le respondió, “asustas, supones un peligro, les recuerdas a los demás sus carencias. Si sabes más que ellos puedes llegar a ser un rival temible”.
Y aprendió a disimular, a intentar que los otros, sobre todo sus jefes, pensasen que eran ellos los que llegaban a las conclusiones brillantes por sí mismos y no inducidos por él. Aprendió a callar, a no analizar, a cumplir lo que se le decía.
Mucho tiempo después volvió a tener la oportunidad de un ascenso. Ya no era joven, había aprendido a marcar distancias y conseguía disimular sus capacidades con una dosis de servilismo. Como había visto hacer a los demás. Pensó que esa era, por fin, su oportunidad. Pero tampoco le eligieron. Cuando preguntó por qué, le dijeron que buscaban a alguien más joven, con una imagen más fresca, más llano, que aportase ideas nuevas, con capacidad para cuestionarse las cosas.
Mientras volvía a su puesto de trabajo, pensando que su vida estaba llena de demasiados, que ahora era demasiado viejo, demasiado distante, demasiado tonto, demasiado…. demasiado, vio pasar a un joven, casi una niño, a su lado. Le recordó a él mismo cuando llegó a la empresa, seguro en sus capacidades, dispuesto a comerse el mundo. Un compañero le dio un codazo y le dijo: “es él, el nuevo, el que han elegido para el puesto”.
Steve Jobs era un genio y mereche un homenaje que provenga de tus letras. En cuanto a Mitáymitá, ¿qué puedo decir? Gracias por utilizar una frase de la obra en la que voy a participar.
Por cierto ¿Cuándo vas a empezar otra novela?
Pues sí. A veces nos empeñamos en vivir de acuerdo con lo que los demás quieren. Un error. El protagonista de tu historia se dio cuenta más tarde que pronto. Algunos no tienen (o tenemos) mejor suerte.
Espero la siguiente.
Lo que hay que tragar para conseguir trabajo y llevarte unos dineritos.
Este relato nos hace ver a la mayoría que no hacemos lo que nos gusta.
Cuántos impedimentos y obstáculos nos pone la vida para lograr un propósito u objetivo,el éxito será no fallarte a ti mismo!!!carmen.