
Me despertó el sonido del teléfono, que se metió en mi sueño y jugó un ratito con las imágenes inconexas que se negaban a abandonarme. Siguió sonando, hasta disiparlas del todo. Alargué la mano y cogí el auricular.
– ¿Sí? – Fue todo lo que acerté a decir.
Al otro lado el silencio, y algo como la respiración de una persona.
– ¿Quién es? – insistí, ya más despierta.
– ¿Isabel Gavala?
– Eres una hija de puta y una cabrona. Te vas a enterar. Te voy…
No llegué a oír el final. Colgué directamente. Miré el reloj de la mesilla. Las tres de la mañana. Otra vez. Otra vez ese cabrón, quien quiera que fuera, me volvía a llamar de madrugada, amenazándome. Ya estaba harta. Mañana, sin falta, se lo contaría. Tenía que contárselo.
– ¿De parte de quién? – Me pareció notar un leve deje de ironía en la pregunta, pero en seguida deseché la idea.
– De parte de Isabel Gavala, de Recursos Humanos.
– Un momento, que le paso.
Música. Espera. Quizá debería haber utilizado a Carmen para hacer la llamada. Darme un poco de importancia. Era lo que hacía todo el mundo, ¿no? Pero conociendo a Carmen, esa concesión a la autoestima podía acabar fatal. No, a pesar del tonillo de la secretaria, había hecho bien.
– ¡Hola, Isa!, ¡qué sorpresa!, ¿a qué debo el honor? Hace mucho que no me llamas.-
Noté el tono de reproche, pero decidí ignorarlo. Julián y yo habíamos tenido una más que intensa relación que terminó después de múltiples reproches mutuos y mucho dolor. Él guardaba la esperanza de recuperarla. Yo sabía que no era posible. Por eso había tardado tanto en decidirme a contárselo. Pero ya no podía más. Él era el Director de Seguridad de la empresa y tenía que saberlo.
– Julián. Quiero hacerte una consulta profesional. Supongo que Julia no te ha contado nada.
– ¿Julia? –
– Ya veo que no. Desde hace unas dos semanas, recibo llamadas a horas intempestivas.
– ¿Llamadas?, ¿qué clase de llamadas?
– Llamadas en las que un hombre me insulta y me amenaza.
– ¿Y qué tiene que ver Julia en esto?
– Creo que es algo relacionado con el trabajo. Se lo dije a Julia la semana pasada. Al fin y al cabo es mi jefa, pero ya veo que no ha hecho nada.
– Desde luego, a mí nadie me ha contado nada. ¿Por qué crees que tiene que ver con el trabajo?
– No lo sé con seguridad, pero empezaron cuando despedimos a un administrativo del área comercial.
– ¿Crees que puede ser él?
– Sí, creo que tiene que ver. Era una persona bastante agresiva, ya sabes, estaba siempre como contenido, como si estuviese deseando darme una paliza, pero supiese que aquí no era posible.
– ¿Por qué le despedisteis?
– ¡Julián! Sabes que eso es confidencial.
– Sí, ya lo sé. Por eso te lo pregunto.- Rió.- Pero entiendo que no me lo respondas, y menos por teléfono. Al fin y al cabo me dedico a la seguridad. ¿Cómo lo tienes para que me pase por tu despacho esta mañana y hablamos?
– La verdad es que tengo dos reuniones, y luego clase de inglés, y por la tarde…-
– Isabel.- Me interrumpió.- Tranquila. Es sólo un momento, para hablar de este tema. Lo tengo claro.-
– Perdona, Julián. A las 12. A las 12 tengo un ratito, ¿te viene bien?
– Allí estaré.