Siguiendo con la idea de dar a conocer mis novelas, hoy os voy a dejar un fragmento de «La culpa», la primera que escribí.
Espero que os guste, os quedéis con las ganas de saber qué pasa y os anime a pedirme el resto.
Ya sabéis, lo publico como página a la derecha.
«A las doce en punto Julián apareció en la puerta de mi despacho. Puntual, como siempre. Se podrían dar las señales horarias con su agenda. Le sonreí. Ocupaba prácticamente todo el marco de la puerta. Tenía un físico imponente. Y no porque fuese especialmente guapo, ni siquiera atractivo. Tenía cuerpo de matón de discoteca. Más que el Director de Seguridad de la empresa parecía el guarda de la entrada. Su musculatura luchaba con el corte impecable de su traje que parecía siempre recién planchado.
- Pasa, Julián, y siéntate.- le dije mientras señalaba la pequeña mesa de reuniones que tenía al lado de la de trabajo.
Me levanté y fui a sentarme junto a él. Siempre me resultaba curioso contemplar su cara, esa cara que parecía ajena al cuerpo de campeón de lucha libre que le había dado la naturaleza y que él se empeñaba en entrenar. Tenía cara de niño, y no de un niño cualquiera, sino de un niño asustado. Yo siempre le decía que se parecía a Tintín, con la nariz respingona y ese remolino indomable que se le formaba en el flequillo. Sólo que Julián era moreno y no rubio. Julián era muy moreno, tanto de pelo como de piel. Por eso sus amigos de toda la vida le llamaban “el gitano”. Por eso, y por el acento andaluz que había aprendido en su casa. Porque él había nacido en Madrid. Pero su familia, que había venido de Cádiz en la década de los 50, nunca consiguió desterrar el deje alegre y silbante de su tierra. Y esa forma de hablar fue la que aprendió Julián y la que daba un aire aún más curioso a esa extraña mezcla de niño asustado y campeón de halterofilia.
- Cuéntame.- Me dijo. Sólo eso. Y me miró con sus ojos oscuros, como me había mirado tantas otras veces. Reconocí esa mirada y desvié la mía. Las cosas estaban claras e iban a seguir estándolo.
- Como te he dicho por teléfono, desde hace dos semanas, aproximadamente, recibo llamadas por la noche, normalmente de madrugada, en las que una voz masculina me insulta y me amenaza.-
- ¿Qué te dice exactamente? –
- “Hija de puta”, “cabrona”, cosas de ésas. “Te vas a enterar”, “voy a ir a por ti”. Ya sabes, lo típico, lo que sale en las películas.-
- No te lo tomes a cachondeo.-
- Te puedo asegurar que no lo hago.-
Julián me miró. Sus ojos ahora eran distintos, y su frente se arrugaba, mientras fruncía el entrecejo como si le costase pensar en algo. Su mente estaba en funcionamiento. Casi podía leer el reloj de arena del ordenador en sus arrugas. Ahora me tocó a mí sonreír. Sabía que había hecho lo correcto. Julián era un buen profesional. Antes de entrar en la empresa había sido policía y aún conservaba muchos contactos en el cuerpo. A él no le gustaba hablar de eso, pero tenía algo así como una excedencia que le permitía volver en algún momento. A veces yo fantaseaba con un pasado de profesional de élite de los servicios de inteligencia, pero seguramente la realidad era menos peliculera, aunque a él le gustase tanto mantener el misterio.
- Por desgracia, ese tipo de llamadas son más frecuentes de lo que tú crees. Pero normalmente no acaban en nada peligroso, salvo las molestias lógicas que ocasionan. Pero me hablaste de alguien que tú crees que pudiera estar haciendo esas llamadas. Cuéntame más.-
Me levanté y cerré la puerta. Sabía que ese gesto daría lugar a muchos comentarios. Era un secreto a voces que Julián y yo habíamos tenido una relación. Cogí un expediente del archivador.
- Aquí le tienes. Carlos Marqués Martín. Comercial. Le despedimos el 27 de octubre. Falta de probidad y abuso de confianza.- Me miró.- Utilizaba la red comercial de la empresa para abastecer a otra empresa de la que él era el único socio. Vamos, competencia desleal, fraude y no sé cuántas cosas más. Con nuestra sanción se abrió una investigación policial y está imputado penalmente.-
- Una joyita.-
- Sí, de lo mejorcito que yo he visto, y mira que llevo años aquí. Me pareció un personaje violento.-
- ¿Te dijo o te hizo algo?
- No, no llegó a hacer nada, pero me miraba de un modo raro, y había mucha agresividad en sus gestos.-
- ¿Reconoces su voz por teléfono? –
- La verdad es que no podría decir si es su voz o no. Es un hombre y no sé más. ¿Qué debo hacer? –
- Hay algo que deberías haber hecho ya, sin necesidad de esto, simplemente por precaución. No tengas el teléfono a tu nombre.-
- ¿Y a nombre de quién lo pongo? Ya sabes que vivo sola.-
Me miró de nuevo. Como al principió. Volví a desviar la mirada.
- ¿Crees que hay algún peligro? – Le pregunté.
- No tengo ni idea. Déjame todos los datos que tengas de él. Miraré a ver qué puedo hacer. Si quieres, puedes denunciarlo a la policía….
- … Pero no harán gran cosa, porque no hay mucho.- Terminé yo la frase.
- ¿Qué datos tienes?, ¿edad, domicilio, teléfonos?, ¿está casado, tiene hijos? –
De modo inconsciente, levanté la cabeza al oírle hablar de mujer e hijos. Se dio cuenta y ahora fue él quien desvió la mirada.
- ¿Cómo está? – Pregunté.
- ¿Quién? –
- ¿Quién va a ser, Julián? No te hagas el tonto. Pilar, ¿cómo está Pilar?
- Bastante molesta ya, le quedan sólo dos meses.-
Pilar era la mujer de Julián, y estaba embarazada de siete meses. Hacía sólo cinco, sentados en esa misma mesa, Julián me lo dijo. Tenía los ojos brillantes, como si hubiese llorado o estuviese a punto de hacerlo. Los párpados hinchados, el gesto descompuesto. Pero la que lloré fui yo. Lloré mucho, lloré durante mucho tiempo. Lloré intentado que nadie me viese. Aguantando el dolor cuando había gente delante y encerrándome en el baño, en el despacho, en mi casa. Lloré con rabia, con desesperación, con pena. Lloré a gritos y aprendí a llorar también sin ruido. Lloré hasta que mis lágrimas cegaron la cerradura del cofre en el que sepulté la vida que un día Julián y yo habíamos querido llevar juntos. Y había decidido no volver a llorar. Por eso apreté los dientes y le miré fijamente.
- ¿Sabéis ya si es niña o niño? –
- Isabel no seas cruel. Déjalo. Yo sólo quiero ayudarte, protegerte. Te lo he explicado mil veces. Yo no sabía, no quería….-
- Julián, tú sólo quieres ayudarme, protegerme. Es lo que has dicho. Lo sé, por eso te he llamado. Pero es de esto.- dije señalando la carpeta de mi mesa.- de lo que debes protegerme. El resto ya no te corresponde. Es cosa mía.-
Aparentando una frialdad que no sentía, cogí un folio de la mesa y apunté los datos que me había pedido Julián. Le di el papel y me levanté sin decir nada, dando por concluida la reunión. Me sentía mal, sabía que mi reacción era excesiva, que la actuación de Julián, viniendo a mi despacho y hablando del tema que me preocupaba había sido del todo correcta, y la única incorrección la había propiciado yo. Lo sabía. Pero no podía evitarlo. Cuando abrió la puerta Julián se volvió y me dijo:
– Por cierto, es una niña.-«