La culpa

 
Hoy os voy a dejar el principio de mi primera novela, «la culpa». Ya he hablado de ella en el blog. Incluso dejé una página con un trozo que escogí al azar. Pero he decidido que, mientras sigo buscando algún alma caritativa que me publique, podría ser buena idea ir dejando poco a poco una de las novelas (en este caso la primera) en este medio. Los motivos son dos: el primero, que quizá así logre despertar la atención y que, aquéllos que no la conocéis, demostréis interés. La segunda, sinceramente, es más prosaica. Alimentar el blog con una historia semanal se me está haciendo un poco complicado. Por eso, si alterno cosas nuevas con otras que ya he escrito, espero que se me hará más fácil.

Como dije en su día, ésta es la primera novela que escribí. La empecé en 2008 y la acabé en 2010. Es la que menos he movido por las editoriales buscando una oportunidad. Quizá porque me parece la menos ambiciosa, o quizá porque (pobre desheredada) es la que creo que tiene menos posibilidades. Puede que me haya equivocado, pero lo cierto es que sólo la he mandado a una editorial. Y no es que me hayan dicho exactamente que no. Más bien lo que me han dicho es que la editorial está pensando en cerrar y que la persona que la leyó (y a la que le gustó) ya no trabaja allí. No sé muy bien qué querrá decir eso. A lo mejor soy gafe. O, simplemente, como me comentaron, elegí un mal momento para volver a escribir. La crisis y la aparición del libro electrónico está cambiando el modelo y pocas editoriales están preparadas para ello. Por eso, también he pensado en publicar esta novela, «la culpa» directamente como libro digital. Pero no estoy segura… Que sirva su aparición en el blog (por entregas, como los antiguos folletines) de prueba. A ver qué acogida tiene.


«La tarde ponía reflejos naranjas en la calle interior. El tejado de la nave, los coches, los camiones aparcados a la vuelta, iban perdiendo poco a poco los matices, que se mezclaban con los colores que dejaba el sol. En poco tiempo llegarían las sombras, pero ahora reinaban los rojos. Rojo el cielo, rojo el tejado, rojo el suelo, donde una mancha se iba haciendo más y más grande, enmarcando el cuerpo muerto de Isabel.

– Pero, ¿qué es?, ¿no me puedes dar un adelanto?

– Sí… pero no quiero. Déjalo, si te lo voy a contar en media hora.

– Ya, pero ¿es bueno o malo?

– .. depende para quién. O depende del momento. No sé…

– ¿Y para ti?, ¿es bueno o es malo?

– Creo que para mí ahora es malo, pero luego será bueno.

– Pero dímelo.

– Que no, que voy para tu casa. Mira, estoy saliendo. Es lo que tarde en …

Al otro lado del teléfono se oyó un ruido sordo, acompañado de algo parecido a un grito y luego… luego nada. Se había cortado la comunicación.

Marta intentó conectar de nuevo con su amiga, pero sólo consiguió dejarle tres mensajes de voz, dos “sms” en el móvil, y dos mensajes más en el contestador de su casa. Parecía que se la había tragado la tierra.

“Bueno” pensó, “al fin y al cabo viene para acá, sólo tengo que esperar”.

Pero, por más que esperó, Isabel no llegó esa noche.

Al día siguiente Marta se levantó preocupada y ¿por qué negarlo? algo intrigada. No soportaba que su amiga le pusiese la miel en los labios para luego dejarla sin conocer el final. E Isabel lo sabía. Vaya si lo sabía. Se conocían desde la facultad, hacía de eso ya… ¡uf!, daba cosa pensarlo, ¡cuántos años!, veinte para ser exactos. Más años de los que ellas tenían cuando empezaron la carrera. Y nunca habían dejado de contarse todo, pero todo, todo, todo… o al menos eso creía Marta. Pero Isabel disfrutaba haciéndole sufrir, dándole pequeñas dosis de esa vida llena de meteduras de pata, y de riesgos locos que llevaba, tan distinta a la de Marta.

Porque, a pesar de todas las ilusiones que ambas compartían en la facultad, los años las habían ido llevando por caminos cada vez más distintos.

Marta respondía al prototipo de mujer (tan frecuente en su generación) que comparte vida profesional y familiar. Es decir, que no llega a nada. Casada desde los veintiséis con un novio que no le convenía (o al menos eso le decía siempre Isabel), tenía dos hijos, la parejita, y vivía “felizmente” en una urbanización nueva del barrio de sus padres. Nada más terminar la carrera optó por opositar, y después de varios intentos para conseguir una plaza del Grupo Superior, bajó sus expectativas y consiguió una plaza de administrativo en el Ayuntamiento. Era funcionaria, con un trabajo “de ocho a tres” (como lo llamaba Isabel) que la aburría soberanamente y que no le daba para permitirse ningún capricho. Su día a día consistía en correr y correr. Correr para llegar a tiempo al cole con los niños, y dejarles justo a las 7.45 de la mañana, para no pagar más horas de guardería. Correr para llegar a tiempo al trabajo. Correr al salir del trabajo para poder comer y recoger a los niños a las 16.15 (¿A quién se le habría ocurrido esa hora para la salida?). Correr para llevar a Andrés, el mayor, a clase de judo, y a Paula a clase de baile. Eso si era lunes o miércoles, porque si era martes o jueves tocaba inglés para los dos. Y después, vuelta a recogerles de las clases y vuelta a correr para llegar a casa y que pudieran hacer los deberes, mientras ella planchaba, y hacía la cena, y ponía la lavadora y sacaba la comida para el día siguiente, que había preparado y congelado durante el fin de semana.

– ¿De verdad te gusta tu vida, Marta?- Le preguntaba a veces Isabel.

– ¿Y a ti la tuya, Isa? Sí, ya sé que no paras, y que se podrían escribir varios culebrones con tus andanzas. Que tu trabajo es muy absorbente y bla, bla, bla. Pero, ¿a ti realmente te gusta eso?

– Pues, no sé, supongo que sí. Tampoco me da mucho tiempo para pensarlo.

– A mí tampoco. Y bueno… miro a mi alrededor y no es tan malo. Casi todo el mundo tiene una vida parecida. Me temo que eso es lo que pasa al final. Que se te va el tiempo buscando algo que nunca llega. Yo intento disfrutar de lo que tengo. De la casa, de los niños. ¿No echas de menos tener hijos? Ya sabes, el reloj biológico y esas cosas.

– Bueno, no te voy a engañar. Hace unos años sí lo eché mucho de menos. Me asustaba que todo pasase y perdiese la oportunidad. Ahora, lo que de verdad me asusta es quedarme sola.»

2 comentarios en “La culpa

  1. Bueno, ya me he pronunciado sobre esta primera obra tuya y me parece muy buena. Empieza con ese misterio que hace seguir con mucho interés la novela. Iniciarse en las novelas con una propuesta tan complicada es de elogio. Yo te instaría a que escribieses otra de este estilo. A mi me encantan.

  2. Yo también te envié mi comentario después de leerla, o más bien de devorarla. Es un género que me gusta y me entretuvo mucho, así que te animo a que escribas más de ese estilo.
    Virginia

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