La noche de San Juan, «Ni patria ni tribu», #verano

 

Con una semana de retraso os traigo un fragmento de mi novela, » Ni patria ni tribu», que sucede en la noche de San Juan, cuando, según las tradiciones, empieza una nueva vida y se echa al fuego todo aquello de lo que uno se quiere librar. Espero que os guste.

«Veía las hogueras desde el puerto. Era difícil ser ajeno a la fiesta de esa noche. El fuego se reflejaba en el mar, con los colores mordiendo el negro del cielo. Los sonidos llegaban desde todas los rincones de la ciudad. Sonidos de alegría, de júbilo. Alicante entero celebrando la noche de San Juan.

Daniel estaba nervioso. Era la primera vez que iba allí en esa fecha y, aunque todo lo que le rodeaba le parecía interesante y divertido, no podía dejar de pensar en lo que Tiggy y él habían estado planeando durante meses.

Habían empezado a salir el verano anterior. Él con diecinueve años. Ella con dieciséis. Durante el mes de vacaciones aprovecharon cada momento para estar juntos: en la playa, agotando las horas de sol; en las salidas nocturnas, despidiéndose al amanecer; en la casa de sus tíos, con la complicidad de Claire…  Nada les parecía bastante. Cada minuto separados era una eternidad en la no había otra posibilidad que pensar en el otro.

Daniel había salido con otras chicas. No muchas, la verdad; pero suficientes para darse cuenta de que en esa ocasión había bajado del todo sus defensas y se había dejado arrastrar por el vértigo que le producía mirar a Tiggy. Si se hubiese atrevido, hubiera dicho que estaba enamorado. Pero como no se atrevía, se dejaba llevar por esa obsesión que le hacía esperar ansioso verla aparecer por la playa, su cuerpo pequeño y redondeado; su sonrisa siempre a punto para enredar en ella la mirada de Daniel; su pelo cayendo en mechones rebeldes que se escapaban de la coleta para posarse en sus hombros.

Durante ese verano había descubierto cuánto le gustaba tenderse junto a Tiggy en la arena, su piel rozando la de ella, como por azar. Buscarse después, ya sin tapujos, en el agua. Hablar sin descanso sobre cualquier tema. Reírse sin motivos. Bailar por las noches en la discoteca y abrazarse después en un rincón, el uno apoyado contra el otro, reconociendo cada hueco de su boca, de su cuello. Tiggy sabía a canela. No podría explicar porqué pero a él Tiggy siempre le supo a canela. Quizá el motivo fuera que le encantaba el arroz con leche. Era su postre preferido. Y también la leche merengada. Por eso le gustaba tanto Tiggy, que sabía a postre y a helado, que sabía a verano y a ilusión.

Pero el verano, que se alargaba como un caramelo derretido bajo el sol mediterráneo, llegó a su fin. Y los minutos que se hacían eternos cuando estaban separados fueron creciendo y creciendo hasta hacerse horas, y luego días, y semanas, y meses, en los que la desazón de la ausencia lo llenó todo, junto con los recuerdos.

Los recuerdos de la arena sobre la piel de Tiggy. Los recuerdos de su risa y sus ojos entornados de felicidad. Los de su cuerpo, pegado al suyo cuando se abrazaban. El olor de su pelo recién lavado. El de su piel bronceada por la que Daniel paseaba su boca. El de sus pezones, endureciéndose en sus manos. El de sus labios, suaves, ávidos, siguiendo los suyos. El de sus caderas apretadas contra sus piernas.

Recordaba cuando se subía a la acera para besarle sin que él tuviese que agacharse mucho. Cuando se sentaba sobre él y él percibía su propio cuerpo en tensión, deseando sentir el de ella y suplicando que no se le notase.

Recordaba sus conversaciones, tan largas… E incluso sus discusiones, las que tuvieron, pocas pero intensas.

En un mes cabe tanto… Para Daniel cabía toda la vida, y sólo podía esperar vivir el resto del año de la intensidad de esos días.

Se escribieron. Se escribieron muchas cartas, largas las de Tiggy, muy cortas pero muy numerosas las de él. Interesantes las de ella, apasionadas las de Daniel.

Él, que había aprendido español de sus padres, no sabía escribirlo demasiado bien. Pero antes de admitirlo, decidió preparar cada carta como si fuera un examen, un examen en el que se jugase su futuro, un examen en el que se lo jugase todo.

A Tiggy, sin embargo, le hacía gracia descubrir alguna falta de ortografía, o una sintaxis inadecuada en las cartas de él, y no dudaba en corregirle, sin saber que cada fallo que ella le señalaba le mortificaba y le hacía esforzarse aún más en su próxima carta.

En una de ellas, Tiggy se lo propuso. Habían hablado de ello durante el verano; pero con toda aquella gente revoloteando alrededor de ellos no había manera. Daniel no podía imaginarse algo que le apeteciese más. Hacerlo. No se atrevían a nombrarlo y se referían al sexo así, con esa palabra de sentido ambiguo. Tiggy le había dado muchas vueltas. Si esperaban al mes de vacaciones, todo volvería a ser igual. Los apartamentos, el de sus padres y el de los tíos de Daniel estarían llenos y sería muy difícil encontrar otro lugar. A pesar de que la media de edad para iniciarse en el sexo era más baja, Tiggy era de las que la subía. Era virgen. Y no quería seguir siéndolo. Pero quería que fuera en algún sitio cómodo, sin prisas, sin miedo a que les pillasen. La idea de hacerlo en la playa para ella estaba totalmente descartada. Habían pensado incluso en coger alguna habitación de hotel, pero allí, en San Juan, no había demasiados, y aquellos cuyos precios se podía permitir, estaban muy cerca de las casas de sus familias, peligrosamente cerca. Nada. Todo eso estaba descartado. Por eso la mejor opción fue la que le propuso: hacerlo en casa, en la casa que los tíos de Daniel tenían en San Juan. Pero para eso no podían esperar al mes de vacaciones. Tenía que ser antes. Cuando toda la familia del tío Laurent estaba en la casa de Alicante y el apartamento de San Juan estaba vacío. Buena idea. Si no fuera porque Tiggy vivía en Madrid… Y Daniel en París.

Por eso, la posibilidad la brindó Claire cuando, consciente del favor que les hacía, se empeñó en que ambos tenían que venir a conocer las fiestas de Alicante, las hogueras de San Juan. Algo único, único de verdad. No lo olvidarían. Insistió e insistió, hasta que Tiggy consiguió convencer a sus padres que, no obstante, recelando, decidieron conocer ellos también esa famosa fiesta. Y también consiguió convencer a sus tíos. Eso fue más difícil. Al fin y al cabo el viaje era más largo. Y los tíos de Claire no tenían ni la intención, ni el dinero necesarios para desplazarse sólo por unos días. Pero Daniel llevaba meses preparando el terreno. Había ahorrado dinero suficiente de los trabajos esporádicos que había ido cogiendo durante el curso escolar. Y cuando sus padres empezaron a dudar, Daniel dio el toque definitivo. Estaría con sus tíos, en la casa de Alicante. Era una oportunidad. Ese año la fiesta caía muy bien de fechas. Y no les iba a costar un duro. Todo, todo, saldría de su bolsillo.

 Y allí estaban los dos. Casi un año después. Cogidos de la mano. Mirándose nerviosos. Tiggy, algo más delgada y con el pelo más corto. Daniel, con su piel cetrina que hacía meses había perdido el brillo del bronceado y parecía verdosa. Claire con ellos, preparando la estrategia.

  • Ya sabéis.- decía, tendiéndole las llaves a Daniel.- Tenéis bastante tiempo. Se supone que estaremos juntos prácticamente toda la noche.-
  • ¿Y si mis padres os ven? Se darán cuenta de que yo no estoy.- Preguntó Tiggy, visiblemente nerviosa.
  • No te preocupes. No creo que pase, pero si pasa les diremos que estás en un bar, en el baño, o que has ido con otro grupo a ver otra hoguera. No os preocupéis. Y ya sabes, Dani, a las cinco aquí, que tenemos que volver juntos a casa. Disfrutad.- Y guiñó un ojo, gesto que incomodó a Daniel.

Hicieron el camino en autobús sin saber muy bien qué decirse. Las cartas habían creado una intimidad. Una intimidad distinta a la que les dio el verano, pero una intimidad al fin y al cabo. Pero verse ahora, después de tanto tiempo, estar cara a cara… Era tan raro… Ya no eran los mismos que hacía un año. Pero tampoco eran los mismos que vivían en la imaginación del otro, a través de las cartas, ajenos a la vida cotidiana, idealizados por los recuerdos.

Daniel estaba muy nervioso. Era lo que había estado deseando, lo que deseaba desde que vio aparecer a Tiggy en el recibidor de su tía diez meses atrás. Prácticamente no había pensado en nada que no acabase con Tiggy y él haciendo el amor, en diversos escenarios, con diversas posturas, pero siempre igual, sus cuerpos encajando como él sabía que podían encajar. Pero ahora, después de más de un día de viaje, durmiendo mal, anhelando tenerla cerca, no sabía por dónde empezar. Había dudado hasta de besarla al verse. Y finalmente el beso había sido demasiado rápido, demasiado forzado. No había llegado a notar el sabor a canela. El quería hacerlo, quería acariciar a Tiggy, quería besarla y recorrer su cuerpo, tranquilos, sin prisas, sin temor a que alguien les pillase. Pero así… Era tan forzado.

Además estaba lo otro. Tiggy era virgen. Suponía que a otros chicos eso les haría ilusión, pero para él era un agobio. Daniel no había tenido demasiadas relaciones, pero todas ellas habían sido con  chicas que tenían alguna experiencia. La mayoría más que él. Había oído hablar sobre la virginidad y sobre cómo actuar con una chica sin experiencia, pero hubiera preferido que Tiggy, como él, hubiera tenido relaciones previas. Sentía demasiada responsabilidad. Como si no tuviese ya bastante…. “A ver si con todo el tinglado no se me va a levantar”, pensaba angustiado.

Pero cuando, tras cerrar la puerta y echar la llave, se volvió y la vio dirigirse a él, seria, más seria que nunca y, cogiendo su cara entre sus manos, le obligó a agacharse y comenzar a besarla, notó el sabor a canela, y el aroma de su piel, notó como su cuerpo se apretaba contra el suyo y volvían a encajar. Reconoció la geografía de su contorno, la presión de su pecho, la suavidad de su lengua…. Y notó que su cuerpo no había olvidado a Tiggy y que el verano, como celebraban todos ahí fuera, empezaba de nuevo».

 

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