#relato El reencuentro

Hoy publico un relato muy personal. Enlaza con otros dos anteriores de este blog, «Beatriz en el país de la eternidad» y «El día de la madre«. Espero que os guste.

Sentiste que la presión de tu mano se aliviaba y después la viste a ella. Tu hermana, tu hermana Paca te guiaba a través de un escenario que te resultaba familiar. Las calles, las casas… Era el pueblo. Tu pueblo. Pero un pueblo más bonito, más limpio, más… No sabrías decir exactamente qué pasaba, pero era distinto. Y ella. Tu hermana también era distinta. Te paraste y la viste andar. Con esa agilidad que te recodaba a otros tiempos. Ella recordaba a otros tiempos. Estaba joven. Tan joven… Ya ni podrías decir cuándo fue la última vez que la viste así. Se dio la vuelta y te apremió.

  • Venga Juan, date prisa. Están todos esperándote.-
  • La frase resonó en su recuerdo. La voz también. ¿No habías oído eso antes?

Ibas a decir otra cosa cuando te percataste de algo más. Tu mano. Tu propia mano era distinta. Ya no temblaba. Ya no se notaban las venas. Era una mano como las de antes. Una mano joven. ¿Tu mano?  Ella seguía mirándote y se percató de tu sorpresa.

  • Sí. Eres joven. Yo también. Aquí todos somos jóvenes.
  • ¿Aquí?

Y tu hermana movió la cabeza afirmativamente.

  • ¿Dónde estamos?
  • ¿No lo reconoces?
  • ¿Es el pueblo?
  • Sí y no. Es el pueblo, pero es “nuestro” pueblo. No el que recuerdas. Y aquí estamos todos.
  • ¿Todos?
  • La familia. Están padre y madre. Y todos los demás. Te estábamos esperando.

Un escalofrío te recorrió el cuerpo. Y, sin embargo, lo sabías.

  • ¿Por qué?, ¿por qué me esperabais?
  • Sabíamos que venías. Te tocaba.

La cabeza te daba vueltas. Todavía tenías muy recientes las sensaciones. Esas sensaciones que ya no estaban en tu cuerpo, pero que se negaban a abandonarte del todo. Las voces que te llamaban. El miedo. Los sonidos lejanos que iban y venían. Una música de acordes desafinados que no se te iba del recuerdo. La presión en las manos… Moviste la cabeza, como intentando echar fuera d tu mente todo aquello y decidiste seguirla. El miedo ya no estaba allí. Ya no. Se fue con las voces, esas otras voces, las que susurraban que no estabas solo. Esas voces que se llevaron el miedo y el dolor, la opresión en el pecho y el reflejo del sol que se colaba por la persiana. Aceleraste. Mira que iba deprisa. Te sorprendió que no te costase, que tu cuerpo respondiese con tanta facilidad. “Soy joven, soy joven otra vez”. Te dijiste, sorprendido. Sin poder evitarlo, pasaste la mano por tu cara, intentando buscar el rastro de las arrugas que, hasta hace unos minutos, llenaban tu frente.

  • Venga, date prisa.-  La voz de tu hermana te sacó de tu asombro. Miraste las calles, con las casas tan blancas, con las piedras tan bien torneadas, que parecían un dibujo. De tu frente, tu mano pasó a una de las paredes del edificio en el que acababas de entrar. No cedió. No sabrías decir por qué, pero eso es lo que habías esperado, que cediese, que esos muros, que esas casas, no fuesen más que una ilusión. Tu ilusión. Pero no. Aun así te pareció falso, como un decorado de cartón piedra que te daba la bienvenida. Viste perderse a tu hermana en el interior y la seguiste.

Allí estaban. No te había mentido. Estaban todos. Tus hermanos y tus padres. Incluso tus cuñados. Al verte llegar, se abalanzaron hacia ti, dispuestos a abrazarte. De forma instintiva, retrocediste. Hacía tanto… No estabas acostumbrado. No solo era el tiempo que hacía que no les veías a ellos. También era lo otro. Las medidas por la pandemia. Eso nuevos hábitos que tanto te habían costado. Fue tu sobrina Beatriz la única que se dio cuenta.

  • No pasa nada, tío. Aquí no. Aquí no hay distancias de seguridad, ni mascarillas.- La miraste. Estaba, también, más joven de lo que la recordabas. Y sonriente. Muy sonriente. Tardaste un poco en ver que no iba sola. Llevaba a un niño de la mano. Un niño pequeño, como de dos años.
  • ¡Manolo! – No podías creerlo, ¿él también? Le abrazaste, sosteniéndole como años atrás hiciste con tus nietas, como ya no recordabas haber hecho con él.
  • Bueno, pues ya estamos todos.- Dijo tu madre, tan joven como nunca la habías visto. Tan dispuesta como siempre.- Mira que te has hecho de rogar Juan.- La miraste sorprendido. No sabías si debías disculparte.
  • No le hagas caso. Madre se puso nerviosa. En cuanto supo que estabas entre las previsiones, no pudo parar de contar los días.- La sorpresa casi te hizo dejar caer a Manolo. Era Agustín. Cuánto tiempo… Le abrazaste. Costaba reconocerle con todo su pelo y sin las gafas.
  • Venga, venga, vamos a almorzar ya.- La voz, con ese punto de impaciencia, recuperó de tu recuerdo otras imágenes, otros tiempos, otra vida…
  • Padre, no puedo creerlo.- Y el abrazo, el golpeteo en la espalda, hizo que en la garganta se aliviase el nudo que estaba poniéndote el reencuentro.-
  • Pero… ¿ensalá de limón? – Preguntaste, sorprendido.
  • Sí, hijo, vamos a celebrar que estamos todos. Te vamos a dar la bienvenida comiendo lo que te gusta.
  • Anda que no hace años que no la comía…- Ni te acordabas de cuántos.
  • Y luego hay un ajo con unas tajás de tocino.- Los sabores llegaron a tu mente a través del recuerdo, antes incluso de pensar en probarlos.
  • Madre – Gritó tu hermana Bea – ¿Dónde está Pepe? -Todos miraron alrededor.
  • Estaba aquí hace nada.- Dijo Agustín.
  • Pues yo no espero más.- Tu padre estaba decidido.- Ya está aquí Juan, pues a comer. Y a Pepe, le apartamos algo y ya está.-

Miraste a tus padres. No recordabas haberles visto nunca tan jóvenes. Él seguía teniendo el ceño fruncido, como siempre, que, seguramente, nunca las preocupaciones le dejaron relajarlo. Ella la risa más despreocupada, más rápida, más plena.

  • ¿Por qué sabíais que venía? – Preguntaste mientras cortabas un trozo de pan para mojar en la ensalada.
  • Es la pizarra.- Dijo tu hermana Paca.-
  • ¿La de la Iglesia? – Preguntaste sorprendido.
  • Sí, pero no. Es la misma, pero es la parte que vemos aquí. No nos dice quién se ha muerto, sino quién va a morir. Nos avisa de quién va a venir. Con tiempo. Para que lo tengamos todo preparado cuando llegue.- Aclaró Beatriz.
  • Y para que le ayudemos también. Para que se prepare para venir.- Completó Agustín.
  • O sea que era verdad. Erais vosotros. Las voces que oía, erais vosotros…-
  • Claro.- Asintió tu hermana Paca.- Nosotros te guiamos. Para que no estuvieses solo y no tuvieses miedo.-

Pero lo habías tenido. Y mucho. Casi más al oírles a ellos. Al reconocer sus voces. Todavía te estremecías al recordarlo. Ellos – mejor dicho ellas, porque solo recordabas voces femeninas – llamándote y tú pretendiendo alargar el tiempo, quedarte más.

  • Al final te retrasaste. Creíamos que ibas a venir antes, unos días antes.- Explicó Agustín. No había acabado la frase, cuando un ruido de pasos acelerados, le interrumpió. Era Pepe.
  • Pero si ya estás aquí.- Te dijo, a modo de bienvenida. Te levantaste, deseando abrazarle.
  • Creía que al final te habías perdido y que ibas a llegar por Madrid.- Dijo.
  • ¿Por Madrid? – Tu cara de asombro hizo reír a tu sobrina.
  • Sí, tío, no estábamos seguros de por dónde ibas a llegar y el tío Pepe insistía en esperarte en Madrid. Él estaba convencido de que al final vendrías por allí.-
  • Te conectaste varias veces, pero no.-
  • ¿Qué me conecté? –
  • Sí, ¿no te acuerdas? El ruido, lo que oías. Sí, hombre, como si se acoplasen los audífonos. Era yo.- Dijo ufano.
  • ¿Tú?, ¿cómo podías ser tú? –
  • Sí. Tus audífonos se acoplaban, de verdad, pero se acoplaban con mi tocadiscos. ¿Te acuerdas? El que tenía en mi casa, con los discos de cuando era joven. El que se ponían los muchachos cuando venían.-

No podías creerlo, ¿qué el pitido de tus audífonos era la música de los discos de tu hermano?, pero, ¿a quién podría ocurrírsele algo así?

  • Sí, por eso pensé que, al final, vendrías por Madrid. La comunicación era tan buena…-
  • No nos hiciste caso, Pepe, mira que eres cabezón. Estaba claro que vendría por el pueblo, ¿ves? –

Les miraste discutir sin llegar a entender realmente qué estaba pasando. Tu familia, Todos ellos. Juntos. Y tú allí, comiendo con ellos. Te habían estado esperando, ansiosos al conocer tu llegada, para poder guiarte. ¡Con el miedo que habías pasado tú! Te acordaste de tu mujer, de tus hijos y tus nietas, que se habían quedado atrás, al otro lado, o debajo, o vete a saber dónde. En tu otra vida. En tu vida. Porque esto de ahora era la muerte, ¿no? ¡Puf!, qué lío. Agustín te miró y entendió.

  • No te preocupes Juan. Están bien.- Te dijo. Y se lo agradeciste. Aunque, ¿cómo podía saberlo él? Sin necesidad de palabras, te sonrió y te dijo
  • Luego vamos un rato y les ves.-
  • ¿Verles?, ¿se puede?, ¿y cómo se hace? –
  • Al principio es un poco complicado – te dijo, pero pronto aprenderás. Basta con pensar en ello, con visualizarlo, y viajarás de un sitio a otro, de un tiempo a otro. Les verás. No, no, no me pongas esa cara. Ellos no te verán a ti.

Hacía tan poco que habías estado con ellos… Y sin embargo, te habría gustado volver a verles, hablarles, decirles que estabas bien, que no daba tanto miedo. Tu hermano te miró y supo leer a través de tus gestos.

  • Anda, que ya verás que no es para tanto. Y tú, tienes más ventaja que todos nosotros juntos.

No entendías nada.

  • ¿Qué dices Agustín?
  • Que puedes comunicarte mejor con ellos. No así. No hablando. No como lo hizo la Paca contigo. Ni siquiera como Pepe. Pero puedes hacerlo. Ya verás.
  • ¿Y cómo?
  • Con la mente. Con la imaginación. A través de las palabras. De tus escritos.-
  • Pero… si yo ya no puedo escribir.-
  • Sí, sí que puedes. Ya verás. Nunca has dejado de hacerlo. Durante todo el tiempo, tu mente ha estado componiendo versos que ahora serán historias. Y ellos las imaginarán. Escribirán textos que serán tuyos, que serán tú. Y, sin saberlo del todo, sabrán que estás bien.

Era raro. Muy raro. Es más, no tenía ni pies ni cabeza. Pero era tranquilizador. Y te lo decía Agustín, que sabía de todo. Siempre habías confiado en él. A ciegas.

Por tanto, sin pensarlo mucho, decidiste que sí, que era cierto, que tenía razón. Tenía que tener razón.

Decidiste que el cielo-pueblo era un lugar agradable y que las letras compondrían tus mensajes sin llegar realmente a escribirlos. ¿Por qué no?, si tus hermanos habían logrado guiarte a través de la muerte, usando solo su voz, la música y tus recuerdos, ¿por qué no ibas a poder comunicarte tú también con los que quedaban al otro lado? Cosas más raras se habían visto. 

Y sonreíste, mirando a la familia a la que tanto habías echado de menos y continuaste comiendo con ellos la comida que habían preparado en tu honor.

3 comentarios en “#relato El reencuentro

  1. Pepa, increiblemente bonito!! Esa es la vida!! Y si es así, que no lo dudo, esa muerte tranquiliza.
    Muchos besos a todos, los pasados y los presentes.

  2. Fantástico relato, Pepa. Lo cuentas tan bien, que me lo he creído todo a pie juntillas. Siempre supe que nuestro pueblo esa un sitio maravilloso, pero nunca pensé que podía ser el Cielo.

Deja un comentario

Uso de cookies

Esta web utiliza cookies técnicas, de personalización y análisis, propias y de terceros, para facilitarle la navegación y, de forma anónima, analizar estadísticas del uso de la web. Consideramos que si continúas navegando, aceptas su uso. Haz clic en el siguiente enlace para tener más información sobre nuestra política de cookies.

ACEPTAR
Aviso de cookies