#Relato El teletrabajo ha venido para quedarse

Seguimos con la segunda parte de los #RetratosdelConfinamiento. Hoy, la continuación de Televiviendo

Lo has conseguido. Por fin. No puedes creerlo. Si era imposible. Diego siempre dijo que no, que eso no funcionaba, que sólo servía para que la gente vaguease y se desconectase del resto del equipo. Que era una moda y se iba a pasar. Y además, que para vuestro trabajo no era adecuado. Que vosotros teníais que estar allí todos los días, veros, hablar. E incluso salir a presentar documentos cuando era necesario. Porque, a pesar de todo, a pesar de la digitalización y de la pandemia, los Juzgados no habían terminado de modernizarse. Algunos de los trámites seguían siendo presenciales. Y luego te soltaba la frase definitiva, ésa que tú odiabas y que él parecía adorar, como si se regodease, disfrutando al ver tu cara de fastidio cada vez que la pronunciaba: “Nosotros siempre lo hemos hecho así”. Y se acababa toda la discusión.

Pero tú habías sido constante. Pesada, dirían algunos. Insistiendo. No todos los días, pero… Bueno, casi todos. Aunque al principio no. Justo después del confinamiento lo que querías era volver, trabajar en la oficina. No podías soportar siquiera la idea de estar de nuevo como en esos meses… “Pero es que eso no fue teletrabajar”, te decías. Eso fue una locura, una auténtica locura para ti y para los niños. Porque para Fernando no. A Fernando pareció no afectarle. Siempre tan estable, tan controlado. Tan centrado en sus cosas, en su trabajo, como si los niños y tú no estuvieseis ahí, como si en lugar de estar viviendo una emergencia mundial, sumidos en la incertidumbre de lo que nunca había pasado, estuviese sentado en su oficina, con sus colegas, hablando de nuevas herramientas, implantaciones y código.

Fuiste la primera. La primera en volver a la oficina. Es más, tú misma te ocupaste de pegar los carteles de señalización de distancia entre puestos, de comprar los dispensadores de gel, de elaborar un breve protocolo de actuación en caso de contagio. Cualquier cosa. Cualquiera con tal de no seguir en tu casa, con los tres niños discutiendo constantemente, con Fernando a tu lado haciendo como que no oía nada, como que no se enteraba de nada, como que no estabais allí. Y fuiste tú la que ayudaste a Diego a afianzar esas ideas que, dos años después, te empeñabas en cambiar. Y ahora, lo has conseguido, ¡Por fin!

Tres años ya de aquella pesadilla distópica. Tres años de esos meses que sobreviviste a medio dormir, con las emociones a flor de piel y el soniquete de la voz de Elena Francis metido en tu cabeza, repitiéndote que no eras una buena madre, ni una buena trabajadora y mucho menos una buena esposa. Tres años de los decálogos y los gurús. Ésos que decían que el teletrabajo había venido para quedarse.

Al principio, volver a la oficina fue una liberación. Tu liberación. Te ibas y dejabas todo atrás: los niños y sus clases virtuales, las estrecheces del estudio, la voz de Fernando colándose en tus reuniones. Todo. Pero poco a poco las cosas fueron volviendo a la normalidad. A la de antes, a ésa que todos pensaban que ya no iba a llegar.

La primera en reaparecer fue Lidia, para encargarse de la casa. Después se reanudaron las clases y los niños se reencontraron con sus compañeros y su rutina. Incluso Javier, que empezó a ir a la guardería y que, al principio, no reconocía a su cuidadora y te buscaba con pucheros por la mañana, dejándote un nudo de culpa amarrado a la garganta.

Poco a poco, todo volvió a ser como había sido. Bueno, todo no. Porque Fernando no regresó a su oficina. No había vuelto. Él era uno de los pocos, ¿afortunados?, para los que el teletrabajo sí vino para quedarse.

Y le veías ahí, dormido, cuando salías de casa, aprovechando esos cuarenta y cinco minutos de más que le daba no tener que desplazarse. Eso era lo que más rabia te daba. Que durmiese más que tú. Que no se despertase. Ni con el ruido de la ducha, ni con el de la puerta, ni con nada. “Y luego dice que tiene el sueño ligero, menuda cara”.

Y le volvías a ver a la vuelta, tranquilo, sentado, leyendo la novela de turno, o viendo una serie nueva, mientras giraba la cabeza y te decía:

  • ¿Has traído lo que te he pedido? – Te miraba y tú asentías.- ¡Bien! Es que como los de Mercadona no hay otros, y a ti te pilla de paso, a la vuelta, con el coche.

Tentada estabas de decirle – unos días más, otros menos – que te pillaba de paso, pero que él también podía bajar algún día y aprovechar esa media hora de más que le daba no tener que coger transporte, para acercarse y comprar lo que le gustaba. Pero no se lo decías. Le mirabas, enfadada, intentando concentrar en tus ojos toda la rabia que no querías dejar salir por tu boca y esperabas que lo entendiese. Pero no. No lo entendía. Y nunca sabías si es que era muy corto o es que tenía mucha cara.

Como tampoco sabías si su incapacidad para distinguir la ropa de los niños venía de alguna tara de nacimiento o, simplemente, de una falta de interés que le convenía mucho, que le resultaba muy cómoda para que fueras tú la que tuviese que ordenarla en sus cajones.

  • Es que soy un desastre.- Decía y sonreía con ese gesto que antes te encandilaba y que ahora era como yesca para encender tu rabia.

“Hay una palabra para esto, lo leí el otro día, pero no la recuerdo. Una palabra que define esa pretendida falta de capacidad para algo, que viene muy bien. Era referido al trabajo. Cuando alguien dice que no sabe usar una herramienta (por ejemplo) y, en vez de aprender, consigue endosarle siempre a otro el trabajo relacionado con ella. Es lo mismo. Y tiene un nombre. Pero no me acuerdo”.

Y le mirabas con rencor. Pero luego, cuando, agotada, te sentabas y estirabas las piernas, y él se levantaba para ayudar a Ana con los deberes; o cuando le oías trastear en la cocina y, al entrar, te agarraba por la cintura tarareando la canción de vuestra lista compartida, que sonaba en su móvil, y te ofrecía una copa de vino, se te olvidaba todo. Y hasta te sentías un poco culpable. Porque eras una malpensada, y una envidiosa y… y… Y él no tenía la culpa de que tú fueras Procuradora y él Desarrollador Informático. Él no tenía la culpa de que su profesión fuese una de las pocas que, prácticamente en todo el mundo, no había vuelto a la presencialidad.

“Es que siempre me toca lo peor”, te decías. “Me tragué el teletrabajo en pandemia con los niños. Una auténtica pesadilla. Algo agotador. Y ahora resulta que para Fernando el teletrabajo es otra cosa. Es una bendición. Una bendición que ya quisiera yo para mí. Con Lidia que se encarga de la casa. Con los niños en el cole. Sin perder el tiempo en atascos. Solo en casa, pudiendo organizarse como quiere. Es que así, también quiero teletrabajar yo”.

Y querías. Claro que querías. Por eso, desde hacía meses, le insistías a Diego en que lo pensase. Algún día. No hacía falta que fuese toda la semana. Pero de vez en cuando… Seguro que, si tenías uno o dos días a la semana, podrías organizarte mejor. Y él te conocía, sabía que tú eras suficientemente responsable como para responder bien.

  • Si no tengo dudas de ti, Clara. Pero si te lo doy a ti se lo tengo que dar a los otros. Y de esos ya no me fío tanto. –
  • Pero si el resto tiene ya dos días de teletrabajo.-
  • Sí, pero son los abogados. En tu Departamento no, Clara. Que además fuiste tú la que se empeñó. Y tanto insististe que ahora te doy la razón. Tu equipo no está preparado… Sois Procuradores Clara, no es lo mismo. Y por mucho Lexnet y kmaleon, al final, hay Juzgados que siguen utilizando los casilleros…-
  • Ya, por eso te digo que sean sólo un día o dos. Si sabes que al final, cuando nos conviene, se lo damos. Cuando están enfermos teletrabajan. Dejémosles que lo hagan también cuando ellos lo necesiten. Una vez a la semana. –

Y tanto has insistido que, por fin, lo ha aceptado. Un día a la semana, sólo uno, pero menos da una piedra. Y qué contento se ha puesto todo el equipo. La verdad es que se estaba haciendo complicado mantener las diferencias con los abogados. Y llevan razón, claro que la llevan. Todos quieren, como tú, evitar los atascos, estar más cerca para llegar a recoger a sus hijos, dormir un poquito más…

Lo has conseguido. Y estás exultante. Estás deseando llegar para contárselo a Fernando. Porque, tanto te ha costado, que hace meses que no le comentas nada. ¿Para qué?, ¿para que te mire con cara de no entenderte y te diga:

  • Pero Clara, es que cada trabajo es distinto. Y quizá en el tuyo… En el mío es diferente. No hay Desarrollador que no pida teletrabajar cuando le hacen una oferta.-

Al abrir la puerta te sorprende que no esté viendo la nueva serie de Netflix. Y que el libro que hasta ayer devoraba esté en la mesa. Te da la sensación de que te espera. ¿Por qué?

  • Hola, te estaba esperando.- Te dice. Y se enciende tu luz roja de alerta.
  • ¿Qué pasa? –
  • No pongas esa cara. No es nada malo.- Se te olvida tu victoria, tu triunfo con Diego. La alegría de todo tu equipo cuando se lo has contado. Se te olvida todo. No te fías de las palabras de Fernando, ¿de verdad, lo que quiera que sea no es malo?- Siéntate, anda.- Y ahí ya sí que te pones en guardia.
  • ¿Qué pasa Fernando?- Tu voz suena alterada.
  • Nada, Clara, tranquila. Verás, es que, es que me han hablado de una oportunidad, de una oportunidad tremenda.-
  • ¿Una oportunidad? – Pero, ¿de qué está hablando?
  • Llevaban un tiempo rondándome, pero, la verdad, yo no les hacía mucho caso. Estaba… Estoy a gusto. Pero hoy me han vuelto a llamar.- Hace una pausa dramática. No sabes si era para darle más emoción o porque necesita darse ánimos a sí mismo para contártelo. – Me han ofrecido un puestazo, Clara, un puestazo.-
  • Pero, ¿quiénes?, ¿en tu empresa? –
  • No. Es una multinacional. No la conoces, seguro, pero en mi ámbito son la bomba. Clara, me quieren como Director, como CIO.-

Te quedas en blanco. ¿De qué te habla Fernando?, ¿qué te está contando?, ¿CIO, CIO de qué?, ¿quién le ha llamado?

  • No te entiendo nada, le dices. Explícamelo bien.-

Y lo hace. Y cuando acaba, sientes un ahogo tremendo.

  • Pe… pero ¿en Londres?, y ¿tienes que ir allí? –
  • Sí, claro. El puesto está allí.-
  • Pero, ¿tú no decías que no había nadie con tu profesión que no teletrabajase? – Le preguntas, sin acabar de creerte lo que te está contando.
  • Sí, pero eso es a mi nivel, pero a éste. A éste tengo que estar allí.

No puedes creerlo. En Londres. Y te lo cuenta así.

  • ¿Y los niños?, ¿y yo? –
  • Nos vamos todos, ¿no? –
  • ¿Cómo que nos vamos todos?, pero ¿tu estás loco? Tenemos que hablarlo. Los niños están en mitad del curso y yo… yo…-
  • Bueno, Ana sí, pero Álvaro y Javier… No creo yo que pierdan mucho. Son muy pequeños.-
  • Pero Ana y yo sí.-
  • Clara, a los niños les va a venir fenomenal. Aprenderán inglés. Mucho mejor de lo que hemos podido aprenderlo nosotros. Y tú. Tú, con lo que me ofrecen, puedes dedicarte también a aprender inglés. – Y sonríe. Con esa sonrisa que, en otras ocasiones, era suficiente para cambiarlo todo y que hoy no, hoy no te convence nada. Hoy es un punzón que te hiere y te pone de pie las emociones más ocultas.
  • Fernando, tenemos que hablarlo. Es demasiado.-
  • Claro que es demasiado. Es demasiado toda la pasta que me van a pagar. Y el puesto. Es demasiado todo lo que me ofrecen como para decir que no.

Le miras y no le reconoces. O sí. Y eso es lo que más te duele. Que sí le reconoces. Que siempre ha sido así. Que no es que fueses malpensada, ni envidiosa, ni mala madre. Es que siempre ha pensado en él, sólo en él. En ti nunca, y en los niños… Bueno, en los niños a lo mejor sí.

  • Fernando, tenemos que hablarlo. ¿Cuándo tienes que contestar? –

Y su silencio te lo dice todo. Ya ha contestado. Ya ha dicho que sí. Sin comentártelo. Sin esperar a hablar contigo. Decidiendo por ti, decidiendo por todos. Sin tenerte en cuenta. Pensando sólo en él. Como siempre. Y le ves aparentando estar dormido mientras Javier llora casi en su oído. Sentado frente al televisor, esperando que llegues con su comida preferida, del Mercadona, que te pilla de camino. Enfrascado en sus reuniones mientras tú retrasas las tuyas. Tecleando como un loco para entregar su trabajo y dejándote a ti que resuelvas las peleas de Álvaro y Javier. Le ves mirándote con cierta aprensión, pero con esa media sonrisa de superioridad que siempre le ha servido. Pero que ya no.

Y de pronto oyes de nuevo el soniquete:

Querida amiga, tu marido os necesita a ti y a tus hijos a su lado. No necesita oír tus quejas, sino que le apoyes…

“ A la mierda Elena Francis”, te dices a ti misma. Le miras, deseando borrarle de una vez esa sonrisa cínica.

  • Los niños y yo nos quedamos. ¿Cuándo te vas? –

Y sabes que el teletrabajo y tú – ahora sí – habéis llegado para quedaros.

 

 

3 comentarios en “#Relato El teletrabajo ha venido para quedarse

  1. Estupendo relato en segunda persona, donde tu protagonista reflexiona sobre la relación y la conducta de su pareja. Siendo joven, moderna y con un buen trabajo, es víctima de un machismo asumido que se resiste en salir de nuestra sociedad. Me ha gustado el desenlace final aunque, en el fondo, siento pena de Fernando.

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